domingo, 9 de octubre de 2016

Relación Personalidad en el proceso Salud-Enfermedad (Patrones de conducta predisponentes a la enfermedad)

Por: Robin Francisco, psicólogo clínico

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define La Salud como “un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad. La posesión del mejor estado de salud del que se es capaz de conseguir constituye uno de los derechos fundamentales de todo ser humano, cualquiera que sea su raza, religión, ideología política y condición económico- social”.

Para la Oficina Regional Europea de OMS la salud es “la capacidad de desarrollar el propio potencial personal y responder de forma positiva a los retos del ambiente”. “Es un proceso continuado, no es una situación”.

Según el informe Lalonde (Canada 1974) cuatro grupos son los determinantes de la salud, como son: los estilos de vida con un 43%; la genética y biología humana con un 27%; el medio ambiente con un 19% y el sistema de salud con un 11 por ciento.

De ahí que este considera el proceso salud como “una variable influida por diferentes factores: biológicos o endógenos, ligados al entorno, los hábitos de vida y factores ligados al sistema sanitario". Así, el conocimiento de los muchos y variados factores implicados en conseguir mejoras en la salud individual y colectiva, ha ayudado a establecer el papel que deben llevar a cabo los sistemas sanitarios.

En su informa Marc Lalonde señala que “si queremos mejorar la salud de la población, tenemos que mirar más allá de la atención de enfermedad”. 

En ese sentido, Aaron Antonovsky (1923-1994) creador del modelo salutogénico criticó el típico enfoque salud-enfermedad, basado en el modelo tradicional patogénico, en el que las condiciones de salud y enfermedad son por lo general mutuamente excluyentes.

Propuso entender la salud como un continuo de salud-enfermedad. En este continuo identificó dos polos: el bienestar (salud) y el malestar (enfermedad). Según el autor, no es posible que un organismo vivo logre ninguno de los polos extremos del continuo, es decir, la salud perfecta o el estado completo de enfermedad. Por un lado, toda persona tiene alguna parte insalubre, a pesar de que pueda percibirse a sí misma como saludable.

Por otro lado, aún en los estados terminales, mientras haya un soplo de vida, en alguna medida, algunos componentes de la persona se encuentran saludables. De esta forma, el énfasis no debe hacerse en el hecho de que una persona está sana o enferma, sino más bien en qué lugar del continuo se coloca, entre la salud perfecta y el completo estado de enfermedad.

El modelo salutogénico considera que la salud no es un estado de equilibrio pasivo, sino más bien un proceso inestable, de autorregulación activa y dinámica. El principio básico de la existencia humana no es el equilibrio y la salud, sino el desequilibrio, la enfermedad y el sufrimiento. Es decir, la desorganización y la tendencia hacia la entropía está omnipresente en el organismo humano, como en cualquier otro sistema.

Esto significa que la salud debe ser constantemente re-creada y que, al mismo tiempo, la pérdida de la salud es un proceso natural y omnipresente, ya que el caos y el estrés, lejos de ser realidades objetivas, son experiencias percibidas, surgidas de demandas internas y/o externas, que forman parte de las condiciones naturales de la vida.

Para la psicología de la salud,  rama de la psicología que nace a finales de los años 70 dentro de un modelo biopsicosocial,  la enfermedad física es el resultado no sólo de factores médicos, sino también de factores psicológicos (emociones, pensamientos, conductas, estilo de vida, estrés) y factores sociales (influencias culturales, relaciones familiares, apoyo social, etc.). Todos estos factores interactúan entre sí para dar lugar a la enfermedad.

En un estudio realizado por Robert Gatchel en 1995 se vio que los factores psicológicos predecían el 91% de las veces qué pacientes con dolor de espalda se recuperarían de un dolor agudo y cuáles acabarían con un dolor crónico.

En este punto es oportuno señalar como la personalidad nos predispone a cierto grado de vulnerabilidad con respecto a la enfermedad. Entendiendo la personalidad como “un patrón único pensamientos, sentimientos y conductas de un individuo que persiste a través del tiempo y de las situaciones” (Morris,2005).

Desde hace décadas la investigación relacionada con la forma en que la personalidad podía mediar en el desarrollo y evolución de una enfermedad ha sido creciente, a pesar de que el inicio del interés en ello data de la época de Hipócrates. Existen diferentes elementos que pueden incidir en la aparición de una enfermedad, no obstante nos centraremos en los rasgos o características de personalidad que predisponen a los llamados patrones de conducta.

Muchos autores han descrito el patrón de conducta como la reacción que sucede cuando una persona y sus características de personalidad son activadas por un agente ambiental. De aquí se puede definir tal patrón de conducta, como los rasgos que modulan el modo de enfrentarnos a la vida y a la enfermedad.  Tal patrón de personalidad modula, por tanto, nuestras actitudes, expectativas y a la larga, nuestro afrontamiento y habilidades de adaptación al entorno.

En el discurrir del tiempo se han descrito y clasificado distintos patrones de conducta; pues bien, cada uno de ellos se ha asociado a una enfermedad específica.

En 1959 dos cardiólogos de San Francisco, Estados Unidos, Meyer Friedman y Ray Rosenman, en un intento por determinar cuales eran los rasgos de personalidad de personas que habían sido afectados por un infarto de miocardio, observaron la existencia de un intenso deseo de tener éxito y una competitividad elevada. Entonces, propusieron un conjunto de características de comportamiento para intentar describir la forma en la que estos pacientes se comportaban.

A este conjunto de características lo denominaron “patrón de conductas tipo A” (PCTA) y  años mas tarde Rosenman (1990) lo define como un complejo acción-emoción que comprende:

a. disposiciones conductuales (como ambición, agresividad, competitividad o impaciencia),
b. conductas específicas (como tensión muscular, estado de alerta, o un ritmo de actividad acelerado) 
c. respuestas emocionales (como irritación, hostilidad o un elevado potencial para la ira).

Friedman y Rosenman explican que este complejo acción-emoción puede observarse en cualquier persona que está envuelta agresivamente en una lucha crónica, incesante, para conseguir cada vez más en menos tiempo, aún contra las fuerzas opuestas de otras cosas o personas, si es necesario. Los autores entendían que el Tipo A no es un trastorno psicológico sino una suerte de reacción que surge cuando ciertas características de personalidad de una persona se enfrentan a ciertos estímulos ambientales específicos.

Más recientemente, Rosenman (1996) sostuvo que una elevada ansiedad, profundamente arraigada y disimulada es, a menudo, el principal factor subyacente en la relación entre la enfermedad coronaria y el PCTA. Del mismo modo, considera que el estrés percibido puede tomarse como equivalente a la ansiedad.

Por su parte, Friedman (1996) considera que el PCTA se caracteriza por dos componentes: encubiertos y manifiestos. Los componentes encubiertos, los cuales serían responsables del inicio y mantenimiento del PCTA, son una inseguridad intrínseca y/o una baja autoestima. Estas características tienen su origen en la temprana infancia y, previsiblemente, pueden activarse por la ausencia de expresión de afecto y admiración por parte de ambos padres, al menos desde la percepción de la persona que desarrollará este patrón de conducta.

El principal componente manifiesto, observado con más frecuencia en las personas que presentan el PCTA, es el sentido de la urgencia del tiempo o impaciencia. La urgencia del tiempo, cuando es muy intensa, genera y mantiene un sentido crónico de irritación o exasperación. El segundo componente emocional manifiesto del PCTA es una hostilidad flotante. Esta designación está dando cuenta de una hostilidad ubicua en lo que hace a su aparición y trivial respecto a los incidentes que pueden evocarla.

El patrón de conducta tipo B (PCTB) es el que se enmarca como saludable. Los rasgos que componen este patrón son los de aquella persona tranquila, relajada, empática, asertiva, abierta a las relaciones sociales y con tendencia a focalizar su objetivo en un mayor bienestar emocional. No hay hostilidad y es consciente de sus limitaciones. Se suele definir como la no presencia de un Patrón de tipo A.

Estos sujetos son generalmente tranquilos, confiados, relajados, abiertos a las emociones, incluidas las hostiles. El estado emocional es agradable por reducción de la activación o por activación placentera. Los trastornos de personalidad que aparecen con más frecuencia en estos individuos son los trastornos antisocial, límite, histriónico y narcisista de la personalidad. Estos sujetos parecen dramáticos, emotivos o inestables.

En el patrón de conducta tipo C (PCTC) las personas son más susceptibles a ciertas enfermedades como cáncer, y enfermedades autoinmunes como lupus, artritis reumatoide, esclerosis múltiple, esclerosis lateral amiotrófica o asma. Las enfermedades autoinmunes son enfermedades en las que el sistema inmunitario reacciona contra los propios tejidos, atacándolos y dañándolos.

Las relaciones entre el cuerpo y la mente pueden tener un profundo impacto en nuestra salud y es precisamente una rama de la ciencia llamada psiconeuroinmunología la encargada de estudiar estos fenómenos, de manera que los científicos están descubriendo cómo el modo en que pensamos y sentimos puede alterar nuestro sistema inmunitario.

Existe una relación entre la represión de las emociones y la depresión del sistema inmunitario, que es el que nos defiende del cáncer, destruyendo las células cancerígenas cuando aparecen. Cuando una persona suprime e ignora durante mucho tiempo sus sentimientos, el sistema inmunitario se ve afectado.

La personalidad tipo D (distressed), concepto introducido por Denollet, Sys y Brutsaert
(1995), se ha definido como la tendencia a experimentar simultáneamente intensas emociones negativas (afectividad negativa) y a inhibir su expresión durante la interacción social (inhibición social).

En particular, la afectividad negativa (AN) se refiere a la tendencia estable de un individuo a experimentar emociones negativas, de forma más prolongada y en mayor número de situaciones. Las personas altas en AN manifiestan más sentimientos de disforia, tensión, preocupación, e irritabilidad. Además, tienen una visión negativa de sí mismas, refieren mayor número de quejas somáticas, y presentan un sesgo atencional que les predispone hacia los estímulos negativos.


La inhibición social (IS), por su parte, se define como la predisposición a inhibir la
expresión de las emociones negativas en situaciones de interacción social. Las personas con alta IS tienden a evitar peligros potenciales derivados de la interacción social, dado que
anticipan reacciones negativas por parte de los demás (p.ej., desaprobación). Estas personas se pueden sentir inhibidas, tensas e inseguras en compañía de otros, y por eso prefieren mantenerse alejadas de los demás en situaciones de contacto social.

Los diversos estudios han demostrado que las personas con este tipo de personalidad están
vinculado con un mayor riesgo de sufrir cardiopatía isquémica, repetición de infartos, diferentes problemas cardiacos, y un peor ajuste a la enfermedad.

En ese sentido, Kobasa y Maddi encontraron a determinadas personas que ante sucesos vitales negativos (muerte de un ser querido, accidente o enfermedad grave…) parecían tener unas características de personalidad que les protegían. Según Kobasa (1982), los individuos con personalidad resistente se enfrentan de forma activa y comprometida a los estímulos estresantes, percibiéndolos como menos amenazantes.

 Estas personas, en lugar de enfermar a causa del estrés, aprovechan las circunstancias difíciles como una oportunidad para progresar. Tiene tres componentes:

 - Compromiso: implicarse en lo que uno está haciendo, por creer en ello y en uno mismo, y
considerar importante cualquier iniciativa que se acomete.

- Control: considerar que tú eres quien domina los acontecimientos y no ellos a ti. La
convicción que tiene la persona de ser capaz de llevar las riendas de su propia vida.

- Reto: considerar los cambios como una oportunidad de progreso, en lugar de una amenaza
a la estabilidad. Pensar que, por muy bien que estuvieras hasta ahora, si las circunstancias
de tu vida cambian, puedes luchar para estar mejor aún.

En resumen, el modelo salutogénico nos dice que es inevitable que el ser humano padezca algún tipo de enfermedad y los tipos de patrones conductuales nos señalan que existen personas con cierto grado vulnerabilidad a contraer por su estilo de vida algunas enfermedades específicas. No obstante, a todo ello, la teoría de la personalidad resistente nos revela que existen personas con ciertas características de personalidad que se protegen ante sucesos vitales negativos. Es decir, que estas personas revierten el efecto negativo del estrés causado por su enfermedad o problema.

En ese sentido, podemos concluir que un individuo con una personalidad resistente tendrá mayor capacidad de resiliencia ante los estresares de su vida y por consiguiente, gozará de mejor calidad de vida. Lo que se traducirá en una persona mas sana.




 

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